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BUCARAMANGA







"Los niños son la heredad del Señor.  El alma del niñito que cree en Cristo es tan preciosa a su vista como son los ángeles que rodean su trono.  Han de ser llevados a Cristo y educados para Cristo.  Han de ser guiados en la senda de la obediencia, no consentidos en el apetito o la vanidad...
Sobre los padres descansa una gran responsabilidad: pues se reciben en la tierna niñez la educación y la preparación que dan forma al destino eterno de los niños y jóvenes. La obra de los padres es sembrar la buena semilla diligente e incansablemente en el corazón de sus hijos, ocupando sus corazones con una semilla que dará una cosecha de hábitos correctos, de veracidad y obediencia voluntaria.  Los hábitos correctos y virtuosos que se forman en la juventud generalmente señalan el curso del individuo a través de la vida.  En la mayoría de los casos, los que reverencian a Dios y honran lo correcto habrán aprendido esta lección antes de que el mundo pueda grabar su imagen de pecado en el alma...
¡Ojalá los padres fueran verdaderamente hijos e hijas de Dios!  Sus vidas exhalarían la fragancia de las buenas obras.  Una atmósfera santa rodearía su alma.  Ascenderían al cielo sus tiernas súplicas en demanda de gracia y de la dirección del Espíritu Santo; y la religión se difundiría en sus hogares como se difunden los brillantes y cálidos rayos del sol sobre la tierra "(Review and Herald, 30-3-1897).
 

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